“Misericordiosos como el Padre” (Lc.6,36)
Queridas comunidades, queridas
hermanas y hermanos:
Mi
saludo con el deseo de encontrarlos muy bien, viviendo este año 2016 plenamente
abiertos a Dios.
Con alegría y esperanza hemos
iniciado el pasado 8 de diciembre - en comunión con toda la Iglesia - el Año de
la Misericordia que nos propone el Papa Francisco.
La Cuaresma, como el mismo
Papa Francisco nos lo indica, ha de ser un tiempo muy propicio para
entrar a pleno en este año de misericordia: “hay momentos en los que de un modo
mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia
para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre” (MV 3), “la Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como
momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios. ¡Cuántas
páginas de la Sagrada Escritura pueden ser meditadas en las semanas de Cuaresma
para redescubrir el rostro misericordioso del Padre” (MV 17) .
Con el deseo de que vivamos
este año jubilar como un gran regalo, y en especial esta Cuaresma, les envío
esta carta que primeramente compartí con todos los sacerdotes y diáconos en
nuestra última reunión del año 2015. Por eso los invito a recibirla como del
Obispo y de todo el presbiterio.
“No se olviden de los pobres”
Esta
recomendación es la que recibe San Pablo y Bernabé al concluir su visita a
Pedro, Santiago y Juan en Jerusalén (Gal..2,10) Esta ciertamente es la invitación que Dios Padre rico en misericordia
quiere renovar en cada uno de nosotros. Ser misericordiosos como el Padre es
vivir el mandamiento del amor hacia los demás, y de forma preferencial con los
más pobres, aquellos con los cuales Jesús se identifica (Mt. 25).
En esta Cuaresma
cómo no dejar resonar la voz de Dios que nos dice: “Este es el ayuno que yo amo
–oráculo del Señor–: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo,
dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan
con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo
y no despreocuparte de tu propia carne. Entonces despuntará tu luz como
la aurora y tu llaga no tardará en cicatrizar; delante de ti avanzará tu
justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. Entonces llamarás, y el Señor
responderá; pedirás auxilio, y él dirá: «¡Aquí estoy!». Si eliminas de ti todos
los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna; si ofreces tu pan al
hambriento y sacias al que vive en la penuria, tu luz se alzará en las
tinieblas y tu oscuridad será como al mediodía, El Señor te guiará
incesantemente, te saciará en los ardores del desierto y llenará tus huesos de
vigor; tú serás como un jardín bien regado, como una vertiente de agua, cuyas
aguas nunca se agotan” (Is. 58,6-11).
El Papa Francisco
nos dice: “Quien tiene los medios para vivir una vida digna, en lugar de
preocuparse por sus privilegios, debe tratar de ayudar a los más pobres para
que puedan acceder también a una condición de vida acorde con la dignidad
humana, mediante el desarrollo de su potencial humano, cultural, económico y
social” (29 de noviembre de 2015). “Casi sin advertirlo nos
volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no
lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como
si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe” (“La
Alegría del Evangelio” Nº 54). “Abramos nuestros ojos para
mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas
privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de
auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos y acerquémoslos a nosotros para que
sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad.
Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la
indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el
egoísmo” (MV 15)
Año de la
misericordia, y en particular tiempo de Cuaresma, son una hermosa
invitación a dejarnos interpelar por la Palabra, escuchar el grito de nuestros
hermanos que más sufren, tocar las llagas de Cristo, tomar conciencia de
nuestras propias acciones que son una de las causas de la injusticia,
desigualdad y sufrimientos, y actuar.
La Iglesia ha querido en su
caminar sintetizar este llamado de Dios a la caridad con lo que se conoce en el
Catecismo como “las obras de misericordia”. Allí tenemos en forma concreta,
sencilla, posible y clara el camino a recorrer. Redescubramos y vivamos
entonces en esta Cuaresma las obras de misericordia:
- las corporales:
dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al
desnudo, recibir al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos,
enterrar a los muertos.
- y las espirituales:
dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al
que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con
paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los
difuntos.
Sería algo muy significativo que cada
comunidad/capilla elija una de esas obras de misericordia y juntos busquen
hacerla realidad, y eso lo podríamos compartir en las Jornadas Diocesanas de
Pastoral, ¿qué les parece?
“Vivamos la alegría y la
responsabilidad de ser Pueblo de Dios”
Abrir los ojos,
los oídos, el corazón a la misericordia del Padre, es abrir los ojos, los
oídos, el corazón a su pueblo, a sus hijos, que descubrimos como hermanos.
La misericordia del Padre
manifestada en Cristo siempre busca construir lazos de comunión, estrechar y
unir las personas, abrir caminos de encuentro, fortalecer la experiencia de
comunidad. Basta tan solo recordar algunas parábolas: el Padre Misericordioso
que espera el hijo menor y cuando llega hace fiesta, y luego sale al
encuentro del hijo mayor porque también ha de estar en esa fiesta (Lc.15,
11-32), el Buen Pastor que cuando encuentra la oveja perdida la carga sobre sus
hombros y la lleva al rebaño e invita a sus amigos a alegrarse porque ha
encontrado la oveja perdida (Lc.15,1-7), la viuda que cuando
encuentra la moneda reúne en su casa a sus amigas y juntas se alegran (Lc.
15,8-10), el buen samaritano que conduce al que estaba medio muerto junto al camino
a “la posada” para que viva la experiencia de ser cuidado (Lc.10,28-37)
Vivir en la misericordia nos
lleva siempre a buscar al otro, a dar, a compartir, a no encerrarnos en
nuestras comodidades, a gozar del encuentro.
En esta Cuaresma
qué bueno descubrir que la misericordia del Padre en nuestra vida nos hace
personas de comunión con los demás. Y que las obras de misericordia en nuestra
vida serán auténtica siempre y cuando nos hace familia, comunidad,
pueblo.
La misericordia
debe entonces disipar todo lo que nos distancia y aleja de los demás. La
misericordia genera interconexión e interdependencia, es mucho más que un
sentimiento, es creadora de compromiso por el bien común. Quien recorre los
caminos de la misericordia no condena, no se cree superior al otro, no se
cree mejor, no es envidioso, no busca usar del otro, es pronto a ver y valorar
lo positivo ante que lo negativo, confía en el otro, va siempre por la verdad,
sabe perdonar, no se deja atrapar por la indiferencia…. características todas
que salvaguardan la vida en común como familia, como comunidad y
como pueblo.
En este año del jubileo de la
misericordia el Papa nos propone varios signos que pueden ayudarnos a descubrir
y vivir este fruto de la misericordia: la alegría de ser pueblo.
- Cruzar las
puertas santas. Como ya lo he anunciado en distintas ocasiones
iniciamos el Año de la Misericordia señalando 4 puertas como signo de
Cristo la puerta de la misericordia. Esas 4 puertas son: la de la Catedral, la
de la parroquia Don Bosco –junto a la tumba de D.Zatti-, la del Santuario de la
Virgen Misionera en Conesa, y la del Santuario de Ceferino Namuncuará en
Chimpay. También invité que se multipliquen esas puertas, y ¿por qué entonces
no señalar la puerta de cada Capilla -por ejemplo en el tiempo de sus fiestas
patronales-, o la de la propia casa de cada uno en un tiempo especial, o la de
algunos de esos lugares donde Cristo se manifiesta de una manera tan visible
(hospitales, cárceles, geriátricos, …) La puerta se abre para cruzarla, cruzar
hacia dentro de la casa revistiéndose de “la misericordia del Padre” y así
vivir una profunda experiencia de comunión, pero también cruzar hacia fuera, y
también allí revestido de “misericordia” experimentar la alegría y el
compromiso de ser pueblo.
- Peregrinar. En este
año de la misericordia está la invitación de peregrinar a la tumba de Don Zatti
el 13 de marzo, al Santuario de Chimpay el 28 de agosto, a la Virgen de la
Merced de la Catedral el 24 de septiembre y a la Virgencita de Conesa el 9 de
octubre. Peregrinar tiene todo un mensaje y toda una vivencia: ser un pueblo
que camina, camina unido dando testimonio del amor del Padre, camina hacia una
meta “la Jerusalén del cielo” que se anticipa en todas las vivencias del camino
y en la meta del peregrinar. En esta Cuaresma los invito de una manera especial
a peregrinar a la tumba de nuestro Beato Zatti que propongo como un testigo
privilegiado de lo que significa ser “misericordiosos como el Padre”. Cuánto
para aprender de él. Nos ponemos bajo su protección para que como él seamos
“pariente de todos los pobres”, “buenos samaritanos”, calificativos que
se le atribuyeron por su vida ejemplar, y que nos contagian a nosotros en este
camino.
Queridos hermanos concluyo aquí
deseándoles una fecunda Cuaresma, caracterizada por nuestras obras concretas
hacia los que más sufren y viviendo la alegría de ser el pueblo de Dios.
En esta Cuaresma seamos misioneros de la misericordia
justamente y principalmente dando testimonio de prontitud en el hacer el bien,
y cuidando los encuentros como comunidad ya sea en la Eucaristía semanal, como
en los distintos momentos de programación y oración de la comunidad, como
también en las obras de bien que emprendamos. Allí me animo a sugerir. ¡qué
bueno sería que en esta Cuaresma cada comunidad/capilla sea artífice para que
una familia más tenga una vivienda digna (se acerca el invierno …. faltan
techos, pisos, puertas, ventanas ….en muchas casas)
El 4 y 5 de marzo el Papa nos desafía vivir las 24
horas de la misericordia, sería bueno ver qué haremos a nivel de parroquia
o de cada Capilla. Esa jornada puede ser un momento muy oportuno para vivir el
Sacramento de la Confesión y abrirnos a la indulgencia del Año de la
Misericordia. La indulgencia es esa presencia sanadora de Dios que va
liberándonos de todas las consecuencias de nuestros pecados y abriéndonos cada
vez más a la caridad, a crecer en el amor, a vencer el mal haciendo el bien. La
huella negativa que deja el pecado nos condiciona y empuja a volver a pecar
necesita ser sanada, y bien “la indulgencia” es justamente la gracia que nos
ofrece la Iglesia para que actúe en nosotros toda la fuerza redentora de
Cristo.
Nos vemos en la Misa Crismal (22 de marzo en Río Colorado,
parroquia S. María) donde recibiremos los óleos y el crisma que son
signo y presencia eficaz de la misericordia del Padre para con su pueblo.
María Madre de la Misericordia nos
cuida, y nos enseña a cuidarnos misericordiosamente los unos a los otros, en
especial a los más desamparados.
P. O. Esteban